jueves, 19 de diciembre de 2013

Investigación navideña

Cada vez que se acerca, se discute mucho sobre el verdadero significado de la Navidad. Una tradición originalmente cristiana que fue adoptada por familias con diferentes grados de fe, pero que aún así conserva su significado religioso: celebrar el nacimiento de Cristo. Un acontecimiento del que se conocen las líneas generales, pero cuyos detalles más íntimos resultan ajenos a las sagradas escrituras. Es así que, en un trabajo de investigación exhaustiva, el equipo de Simples Vaguedades ha dado con un texto apócrifo que relata la llegada del Mesías desde un enfoque más cercano, en forma de diálogo ameno entre José, María y algunos otros personajes. El texto, encontrado en la localidad poronguera de Ismael Cortinas, carece de autor conocido, aunque son varias las hipótesis que se manejan; algunas hablan de un texto conservado por misioneros españoles del siglo XVII que habría permanecido oculto hasta ahora, otros atribuyen su autoría al jefe de la patria, el mismísimo Obdulio Varela, mientras que las más recientes lo presentan como un borrador de un joven Ariel "Pinocho" Sosa para una parodia de Zíngaros que no tuvo andamiento.
Sin más preámbulos, presentamos un extracto del segmento mejor conservado (que justo es el más importante).

María se encuentra en una habitación, nerviosa. Acaba de "romper bolsa" y eso significa que el hijo de Dios está por llegar. Su esposo, José, ingresa a la pieza y al observar el semblante de su amada, se dispone apresuradamente a saber qué le sucede a María.

José (J). -¿Qué te sucede, María? (Lo dicho)
María (M) -¡Rompí bolsa!
J. -¿Qué bolsa, de que hablás?
M. -¡Rompí bolsa, José, el hijo de Dios viene en camino! ¡Voy a dar a luz!
J. -¡¿Cómo que vas a dar a luz?! ¿Estás embarazada? ¡Pero ni me acerqué a vos!
M. -¡Obvio que estoy embarazada, ¿no me ves la panza?!
J. -Pensé que estabas hinchada, ¿vos no eras de hincharte?
M. -¿COMO VOY A ESTAR HINCHADA JOSÉ? ¿VOS SOS PELOTUDO?
J. -Bastante pelotudo debo ser, para que ahora vengas con un hijo de no sé quién.
M. -¡DE DIOS, JOSÉ, ES DE DIOS! Perpetua Virginidad, el arcángel Gabriel, ¡te conté y no me diste pelota!
J. -Me habrás contado cuando estaba metido en la carpintería y no te podía escuchar, para variar.
M. -Mirá José, no es momento. ¿Podés ir a buscar a la partera y calentar un poco de agua?
J. -¿Qué partera?
M. -¡TRAE A LA VIEJA DE AL LADO, JOSÉ! Y sacá esa cara de culo que vas a ser padre, por favor.

Vuelve José con la misma cara de culo y un anciana (A), conocedora de las artes de dar a luz.

A. -¿Cómo estás querida?
M. -Bien, bárbaro, a punto de largar tres kilos de persona por entre las piernas. Nunca estuve mejor eh.
A. -Que divina la mamá, vamos a ver cómo esta el asunto.
M. -Si ves que se asoma decile que salga, por favor.
A. -Pero querida... Esto está intacto. No sé si me entendés.
J. -¿Cómo intacto?
M. -Si José, intacto. Es la parte de "Virginidad" de la "Perpetua Virginidad". ¿Podemos seguir?
A. -Disculpa hija, pero nunca he visto nada igual. Para sacar a este niño se necesita un milagro.
M. -¡Pero mirá que justo, un milagro! Milagro es que no aproveche que tengo los pies como dos calzone y los saque a patadas en el culo, por inútiles.
A. -Hija, ten calma, todo va a estar mejor en breve.
M. -Mire señora, más le vale que esté todo mejor en breve, porque si no... ¡¿POR FAVOR QUE ES ESO?!
A. -¡Es una contracción, su hijo viene en camino!
J. -SU hijo.
M. -¡CALLATE JOSÉ!
A. -¡Puje!
J. -¿A dónde?
M. -Pero me cago en san puta, ¡ME DICE A MÍ, JOSÉ! Señora, ¿cómo viene? Creo que me desmayo.
A. -Tranquila hija, ya está por salir, un esfuerzo más.
M. -Si señora, cómo no, es facilísimo sacar una cabeza por...
J. -¡OH POR DIOS, ¿QUÉ ES ESO?!

Y hasta ahí llega la parte legible del escrito. A partir de allí, todo son conjeturas. Los investigadores europeos atribuyen la sorpresa de José al nacimiento mismo de Jesucristo, hijo y a su vez encarnación de Dios. A nivel local, la teoría con más adeptos plantea la posibilidad de que José, mediante transmisión en vivo ("qué le hace otro milagro al tigre" argumentan), logró observar el momento justo en el que Moacir Barbosa descuidaba el primer palo y Alcides Edgardo Ghiggia marcaba el 1-2. La teoría alternativa plantea una brillante actuación de Ariel Sosa en el papel de José y Walter "Cucuzú" Brilka como María, quienes ante la falta de presupuesto habrían incluido publicidad dentro de la parodia. En esta, la exclamación de sorpresa de Ariel Sosa daría paso, en un acto que aún no encuentra explicación racional, al mismo Ariel Sosa caracterizado como un hombre excedido de peso y con abrigo rojo, quien refrescaría su garganta y la del niño Jesús con una conocida bebida cola mientras el público corearía su famoso "Zi-Zi-Zingaros".

Pero hasta ahí son conjeturas, será cosa de creer o no.

jueves, 17 de octubre de 2013

Energía renovable

Que casi todas las actividades humanas requieren una fuente de energía externa no es ninguna sorpresa, como tampoco lo es el problema al que nos enfrentamos cuando las mismas no son renovables, son de difícil aprovechamiento o generan desechos peligrosos. Desde las centrales térmicas hasta los paneles solares, pasando por la pila, la energía nuclear o las represas hidroeléctricas, la humanidad ha destinado sus recursos y esfuerzos a la búsqueda de una fuente de energía económica, limpia y eficaz que cimentara su progreso, sin llegar a una solución definitiva que, increíblemente, ha estado a la vista de todos durante milenios.

No sé si por descuido, por ignorancia o conveniencia, hemos pasado por alto una fuente inagotable de energía que día a día se renueva. Ajenas me son las causas por las cuales ningún investigador ha descubierto el enorme potencial energético oculto en esas ganas de ponerle una zapatería al final de la espalda a cuanto pelotudo se cruce durante un mal día. Todavía no comprendo cómo no aprovechamos ese clímax de energía destructiva, inagotable y mal dirigida que es estar de mal humor.

A todos nos ha pasado. Todos hemos tenido esos días en que todo, todo sale mal, desde levantarse tarde hasta luxarse las dos rodillas simultáneamente, todo pasa cuando el día viene jodido. Esos días en los que queremos patear al gato, sopapear al nene que viene gritando en el ómnibus, putear a la doña que camina lento y no deja pasar y VENGO LLEGANDO TARDE SEÑORA POR EL AMOR DE y así con todo, somos una Little Boy pero llena de ganas de mandar a la mierda a todo el mundo. Y no lo aprovechamos.

No debe ser tan difícil, creo yo, crear una manera de canalizar esa energía. Cualquier ingeniero debería poder inventar una batería que se cargara con ganas de apedrear ómnibus, robar caramelos o pinchar globos infantiles. Incluso imagino algún dispositivo con una palanca que uno pudiera girar con fuerza, mientras alguien parado al lado va recitando la lista de cosas que subieron de precio en los últimos seis meses, con especial énfasis en la yerba y el boleto, e insiste en que probemos con meditación y metafísica para calmar los ánimos. Va siendo hora de que alguien con los conocimientos necesarios tome la iniciativa y se llene de plata solucione este problema mundial, que parece no tener fin.

Hasta entonces, habrá que seguir apretando los dientes y dando portazos. Que desperdicio.

domingo, 13 de octubre de 2013

Cinco años

Es mucho tiempo. Imaginate empezando algo ahora y dentro de cinco años seguir con lo mismo. Yo no puedo, no hay ningún proyecto o actividad que me haya durado tanto sin aburrirme antes.

Salvo este. Hace cinco años me propuse mantener un blog sin dejarlo abandonado, esperando que durara dos o tres años. Un tipo de dieciséis años que quería escribir opiniones, noticias y demás sinsentidos en algún lado y que alguien los leyera, por un tiempo. Y acá estoy. Y están ustedes.

En cinco años el blog tuvo cambio de nombre, de colores, de estilo y de lectores, pero siempre hubo alguien que pasara, comentara y diera para adelante. Un día, hace más de un año, me cansé de dar opiniones como si tuviera razón y quise publicar solamente cuentos, algo que nunca había hecho. Otra vez, siempre hubo alguien para leerlos y dar su opinión, que al fin y al cabo es lo que importa. Porque puedo escribir mil cuentos al mes, pero si nadie los lee, no tiene sentido. Como lo veo yo, el cuento está terminado cuando ustedes lo leen, lo procesan y lo entienden como quieren; si después de eso me dicen qué les pareció, mejor todavía.

¿Por qué escribo esto? Porque quiero agradecerles, pero nunca sé qué decir aparte de "gracias por pasar". Porque cinco años es más tiempo que el que le he dedicado a cualquier otra cosa que me haya propuesto, y para mí es importante. Porque si nadie leyera, no escribiría. Porque gracias por pasar. Porque si quieren quedarse, son bienvenidos. Porque si quieren mandar regalos, manden.

Pero sobre todo, porque es mentira que puedo escribir mil cuentos al mes.

Salú.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Puro cuento

Erase una vez, en un reino muy lejano, un príncipe. Hijo primogénito del rey, el príncipe había sido educado en el arte de la guerra, combate cuerpo a cuerpo, equitación, pintura, soldadura autógena y macramé. Tenía tiempo libre en pila. El asunto era que el príncipe, desde su nacimiento, tenía escrito su destino: encontraría a la princesa indicada, se casaría con ella y se convertirían en los nuevos reyes, tarde o temprano. Fácil, salvo porque según la profecía, la princesa viviría en la otra punta del mapa, lejísimos, en lo más alto de una torre sin ascensor. "Jodido, pero no imposible", se repetía el joven príncipe una y otra vez mientras pasaban los años. Hasta que llegó el momento.

Montado en su bravo corcel, el príncipe cruzó los campos, ríos y montes que la separaban de su amada. Eran un montón. Luego de varios días de agotadora cabalgata, príncipe y corcel se enfrentaron a la enorme torre; bien cuidada, linda vista, un poco de humedad en la parte de más allá. El héroe bajó de su fiel compañero y, con las piernas aún arqueadas, tocó timbre. Nada. Tocó otra vez. Nada otra vez. Recién al tercer intento, una cabellera despeinada asomó por la ventana.
-¿Quién es? -preguntó la princesa.
-Soy yo, tu príncipe, oh amada princesa. He venido a rescatarte de esta, tu prisión, para convertirte en la próxima reina de... de... ¿de que te ríes, oh princesa?
-Ay disculpá, me tenté -respondió la princesa entre risas-. Subí y explicame acá.
Y abrió la puerta de su torre. "Tan presa no estaba", pensaba el príncipe, mientras subía las escaleras.

Una vez en su apartamento, la princesa lo recibió de pantuflas y con el pelo empapado. Hermosa imagen.
-Ay disculpá -volvió a decir la princesa-. Es que en un rato me pasan a buscar las chicas y todavía estoy dando vueltas. A ver, decime otra vez, ¿a qué venías?
-Oh princesa -dijo el príncipe, que no sabía arrancar las frases de otra manera-. He venido a rescatarla de su... bueno, he venido a buscarla, para cumplir nuestro destino como sucesores de mis padres, los reyes. Pensé que me estarías esperando...
-Pensaste mal, gordo -dijo la princesa, mientras seguía con sus preparativos-. Además viniste justo hoy que tenemos un té, ¿no podías llamar antes?
-Bueno, ahora que lo dice...

El príncipe no entendía nada. No sólo había pasado toda su vida preparándose para rescatar a una princesa que no necesitaba ser rescatada y que no sabía de su existencia, sino que además era bastante boluda. Eso, sin mencionar las pantuflas con forma de oso.

-Princesa, yo... yo sé que puedo estar siendo inoportuno, pero así es como debe ser, así está escrito. Si es tan amable de acompañarme, le explicaré en el camino -propuso el príncipe, despertando nuevas risas en su supuesta amada. Cuando la princesa entendió que el muchacho hablaba en serio, dejó de reír.
-Mirá príncipe, me parece divino que hayas venido hasta acá, en serio. Se nota que sos un chico divino y todo lo que quieras, pero no sé de qué me hablás. ¿Por qué no te dejo mi número y lo hablamos después, más tranquilos? -preguntó, mientras acompañaba al joven a la puerta, echándolo sin ningún disimulo.
-Pero princesa...
-Chau -lo interrumpió ella, cerrando de un portazo.

Y ahí estaba nuestro príncipe, frente a la puerta del apartamento de una princesa que no necesitaba ser rescatada porque no estaba presa, que no le había dejado su número y que, al fin y al cabo, ni siquiera conocía. Profecía o no, ese no era su lugar, o al menos así lo sentía él. Y si él lo sentía así, ¿quiénes eran los demás para decirle dónde debía estar? Con esa idea dándole vueltas en la cabeza, el príncipe emprendió la retirada, pensando hacia dónde seguir de ahí en más. En una de esas podía terminar ese curso de reflexología que había dejado por la mitad, si total, el destino era puro cuento.

martes, 20 de agosto de 2013

XVII Olimpíada Uruguaya de Química


Interrumpo la programación habitual para contarles que se viene una nueva Olimpíada Uruguaya de Química. Este año lo venimos difundiendo con otros ex-olímpicos, que somos estudiantes (generalmente de Facultad de Química, no es el caso de quien escribe) que nos hacemos un tiempo para ir a donde se pueda y contar de qué se tratan las olimpíadas, porque nos gustó la experiencia y queremos compartirla. Como yo ahora, con ustedes. Permiso.

¿Quién las organiza?

Desde 2009 las organiza Facultad de Química, a través del Programa Olimpíada Uruguaya de Química (POUQ). Este programa cuenta con una dirección general y una comisión científica conformada por un conjunto de profesores de la facultad.

Objetivos

El programa tiene como objetivos estimular el interés por la química y promover un mayor conocimiento de ella, así como despertar posibles vocaciones (créanme, pasa).

¿Quién puede participar?

Pueden participar estudiantes de secundaria y UTU, separados en tres niveles de competencia: nivel 1 corresponde a estudiantes de 1º a 4º año, nivel 2 a estudiantes de 5º y nivel 3 a estudiantes de 6º. ¿Por qué diferentes niveles? Porque cada nivel tiene su propio temario, con temas comprendidos en el programa de secundaria, y su propia prueba.

Etapas

La olimpíada tiene dos instancias: departamental y nacional. La etapa departamental es el próximo 7 de setiembre, ocurre en simultáneo en cada departamento y consiste solamente en una prueba escrita. Aquellos estudiantes que obtengan un puntaje suficiente clasifican a la etapa nacional, que será el 14 de diciembre en la Facultad de Química, en Montevideo. En esta instancia, en la que compiten participantes de los diferentes departamentos, el nivel 1 tiene una prueba escrita, mientras que los niveles 2 y 3 tienen una prueba escrita y otra práctica.

Además de las pruebas, hay otras actividades en la olimpíada nacional, por lo que es una jornada bastante extensa (arranca temprano y termina de tarde) pero muy agradable. La idea no es que vengan, hagan la prueba y se vayan, sino que participen de las actividades recreativas y, sobre todo, se queden a la ceremonia de clausura, en la que se entregan medallas y menciones por nivel.

Un detalle importante: van menos temas para la olimpíada departamental que para la nacional, así que todavía hay suficiente tiempo para prepararla.

¿Algo más?

Sí, puede haber más. Aquellos participantes con un puntaje destacado pueden participar de un entrenamiento intensivo que comienza en enero del año que viene y clasifica a las olimpíadas internacional e iberoamericana de química. Estas competencias también están destinadas a estudiantes de secundaria y son una experiencia única, en la que Uruguay cada vez obtiene mejores resultados. Por ejemplo, en 2012 y 2013 se obtuvieron menciones honoríficas en la olimpíada internacional (un logro enorme) y en la iberoamericana cada vez nos va mejor (en 2012 se trajeron un oro y tres bronces, este año está por verse).

¿Por qué difundir?

Porque no sólo son una gran experiencia por sí solas, sino que también ayudan a afirmar conocimientos y a orientarse sobre qué hacer en un futuro (a varios nos han ayudado a elegir carrera). Porque cuantos más participan, se observa un mejor nivel. Porque cuanto mejor es el nivel, mejor nos va a nivel internacional. Porque hay un montón de profesores que trabajan muchísimo para que todo funcione y debe darse a conocer este resultado espectacular que son las olimpíadas (y no los tengo en ninguna materia, así que no saco nota por esto). Pero sobre todo, porque están buenísimas. Si no me creen, prueben y me dicen.

¿Cómo anotarse?

Los temarios y los formularios de inscripción están en el sitio oficial de la olimpíada. Además, hay una página  oficial en Facebook y un grupo de la misma red social, manejado por ex-olímpicos, donde pueden sacarse todas las dudas que tengan. Si son sobre la olimpíada, mejor.


Eso es todo. Anímense, vale la pena.

domingo, 11 de agosto de 2013

Lejos

No olvido más aquella noche. Tenía como costumbre salir a caminar cuando los días resultaban largos, esperando que los problemas se perdieran en la oscuridad. Caminé sin rumbo, sin darme cuenta de que la ciudad se terminaba, hasta que levanté la vista y descubrí el que sería mi refugio. El campo, negro e inmenso, se extendía a ambos lados de la carretera, ofreciendo su silencio sin hacer preguntas. Me senté en una loma alejada del camino, sobre el suelo húmedo, para contemplar el cielo estrellado y pensar. Sobre todo pensar.

¿Qué estaba mirando? El cielo, pensé. Más precisamente, las estrellas. Lo bueno de estar fuera de la ciudad era ese arreglo infinito de luces lejanas y frías. ¿Frías? No lo había pensado hasta ese momento, pero una estrella era todo menos fría. Claro que no ayudaban a soportar mejor la helada, pero cada una de ellas era tan abrasadora como las demás. Cada una era un mundo encendido, viajando en silencio a través del espacio interminable, atado por fuerzas invisibles, quién sabe desde cuando, quién sabe hacia dónde.

Intenté imaginarme a una estrella cualquiera. La vi -creí verla- suspendida en la nada, inmensa, girando, y dudé. ¿Estaría sola? Podría estar acompañada por otra estrella, pero ese no era el caso. Mi pregunta era: ¿habría algo más?

Me sentí minúsculo y estúpido. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Era de esperarse que habiendo tantas estrellas, hubiera otros tantos mundos, cada uno en su órbita alrededor de una o más de ellas. La pregunta inmediata, casi instintiva, fue: ¿viviría alguien en ellos? Sentí que no daba a la pregunta la magnitud que merecía, por lo que la formulé otra vez: realmente, ¿vive alguien en alguno de ellos?

No podía contemplar al mismo tiempo todo lo que implicaba la existencia de otra civilización. ¿Cuándo habrían aparecido? ¿Cómo? Eran preguntas que no podía contestar bien sobre nosotros, mucho menos sobre ellos. ¿Que habrían tenido que pasar para llegar hasta donde estaban ahora? Apenas conocía detalles sobre la historia en mi planeta, ¿qué podría entender de la suya? ¿Cómo estarían organizados? Mi mente pasaba de temas fundamentales a irrelevantes en segundos, preguntando. ¿Cómo son? ¿De qué están hechos? ¿Qué escuchan? ¿Escuchan? ¿Ven, sienten, viven como nosotros?

Supuse que si su mundo era parecido al nuestro, ellos también lo serían, pero no habrían vivido nada de lo que vivimos nosotros. Su historia, la historia de todos, estaría escrita de otra manera. Me dolía el cuello, no había dejado de mirar para arriba en ningún momento; bajé la vista y pensé en la ciudad (y el mundo) que tenía detrás mío. Y en el suyo.

¿Tendrían amigos allá? ¿Familias? ¿En qué creerían? ¿Se odiarían, como nos odiamos nosotros? Quizás habían superado esa etapa, ¿pero si no? ¿Intentarían dominarse entre ellos? ¿Pasarían hambre? ¿Se dejarían morir unos a otros? ¿Se matarían, ellos también, por un ridículo pedazo de escombro flotando en un espacio más grande que el que pueden entender?

Levanté la cabeza, molesto, y una luz me impidió mirar al horizonte. Entre tantas ideas olvidé que tarde o temprano se hacía de día. Me paré mientras el sol amarillo corría a las últimas estrellas, calculando cuántas horas podría dormir antes de que mi familia, que no entendía de especulaciones interplanetarias, tirara abajo la puerta de mi cuarto. "Suficientes" pensé, mientras emprendía el regreso a casa, con mi última interrogante a cuestas: ¿alguien más, en algún lugar perdido del Universo, se preguntaría lo mismo que yo?



Detrás mío, nuestro segundo sol hacía su brillante salida unos minutos después que su hermano, como todos los días.

domingo, 14 de julio de 2013

Domingo

La brisa lo encontró leyendo, sobre el pasto, en una típica tarde de octubre.  Los rayos de sol que caían suavemente daban al domingo su tranquilidad característica, interrumpida sólo por los gritos de niños que jugaban lejos, muy lejos, en el otro extremo de la plaza. Este era su rincón, su puerta de entrada al mundo de papel y tinta que tanto extrañaba durante la semana. Este era su día de lectura, en soledad, lejos de preocupaciones y desafíos. Este era su momento, hasta que levantó la vista para descubrir que su mundo era invadido.
La vio sentarse a unos metros, sobre el pasto y libro en mano al igual que él, desconectada del mundo que la rodeaba, como él. Se preguntó si lo habría visto, pero no reconoció ningún gesto detrás de aquellos lentes cubiertos por la rubia melena, brillante como la tarde misma. Parecía estar en su propia burbuja, tal y como él había querido estar hasta que la vio llegar; aún sentados frente a frente, separados por un solo retazo verde, ella desconocía la presencia de él.  Y él pensaba.
No podía ser casualidad que ese día, en ese momento, ella también hubiera elegido ese lugar para sentarse a leer. Más aún, no entendía cómo el azar podía poner frente a él aquel rostro enrojecido por el calor sin que ello fuera una señal, por lo que no podía volver a su mundo de papel sin intentar compartirlo con ella.
Ya sabía qué hacer. Esperaría a que ella lo viera, para compartir una sonrisa amistosa. Ella respondería con otra sonrisa, notando además el libro en sus manos. Él le preguntaría, mediante gestos, si habría lugar para un lector más en su espacio. Ella asentiría con entusiasmo pues, al fin y al cabo, la plaza era enorme y había lugar de sobra. Una vez juntos, conversarían acerca de sus libros, sus autores favoritos y demás, para dar paso a una charla más personal. Compartirían gustos, costumbres y opiniones hasta que el sol comenzara a ocultarse y cada uno siguiera su camino, con ganas de volver a verse.
Pasados los días, él la llamaría y se encontrarían. Podrían ir al cine, al teatro o a donde ella quisiera, pues él no sabía mucho sobre citas. El éxito en la primera llevaría a las siguientes, y así iniciarían una relación. Superarían los problemas que se presentaran, encontrando la manera de anteponer su amor a los contratiempos y seguir adelante, siempre adelante. Con el tiempo se mudarían juntos, remodelarían su hogar a gusto y ella elegiría las cortinas. Disfrutarían de la convivencia, pues sobrevivirla no sería suficiente; pasados los años, durante un almuerzo familiar, anunciarían la formalización de su vínculo. Recibirían felicitaciones, besos y abrazos, para luego comenzar a planear el evento. Junto con los nervios y la ansiedad llegaría el día y sería el comienzo del resto de sus vidas, como lo había sido, en cierta medida, aquella tarde en la plaza. Esperarían un tiempo hasta sentirse listos y comenzarían a formar su propia familia. Criarían a sus hijos de la mejor manera posible para verlos crecer, tropezar y aprender, hasta verlos marcharse; entonces caerían en la cuenta de que olvidaron verse envejecer y dedicarían más tiempo a ellos mismos. Dejarían sus trabajos y compartirían nuevas horas de lectura, recuperando el tiempo invertido en otros asuntos. Así, vivirían juntos hasta que uno partiera y el otro extrañara; entonces, aquel que quedara, esperaría el momento de volver a encontrarse.
Con el plan preparado, salió de su ensimismamiento y descubrió que ella lo observaba. Dudó por un segundo o dos, pero enseguida respiró profundamente, bajó la vista y se decidió a continuar con su lectura.

Después de todo, pensó, parecía demasiado esfuerzo para un domingo.

sábado, 15 de junio de 2013

Una de amor

Llovía. La blanca luz empañada que caía desde las nubes se colaba por el vidrio mojado, dibujando sombras sobre la mesa del bar. Sobre ella, un servilletero y una mano, que tamborileaba impacientemente. El frío y la humedad parecían atravesar las paredes, siendo combatidos únicamente por el murmullo constante y el olor a café, hasta que llegó ella. Suave, delicada y pálida, saludó y se sentó en la silla vacía. La fría piel blanca y la nariz colorada contrastaban con la rojiza cabellera, que regalaba calidez a quien la contemplaba.
-¿No vamos a pedir nada? -preguntó. No hubo respuesta, pues quien debía formularla tenía la mirada perdida en la constelación de pecas que le sonreían desde el otro lado de la mesa.
-¿Pedimos algo? -insistió, sonriendo.
-¿Eh? Ah, sí, me perdí un poco -contestó entre risas-. ¿Un café?
-No me gusta el café, iba a pedir una cerveza, pero vos pedí lo que quieras -dijo Luciana, mientras llamaba al mozo.
Paula no quería café. Es más, odiaba el café, pero no tenía la más mínima idea de qué hacer o decir. Nunca había pasado por una situación parecida, sólo atinaba a sonreír y esperar que nadie notara sus nervios. El mozo trajo ambas cosas, las dejó sobre la mesa y se perdió, dejando a las dos chicas en el que, ahora, era su mundo, su mesa en el bar.
Paula miraba el café con asco. Luciana, por su parte, veía venir un silencio eterno que decidió romper.
-Contame, vos... -y el bar fue desapareciendo de a poco. El farol colgado junto a ellas era la única luz que sobrevivía, el resto se había ido junto con los murmullos, el frío y la lluvia. Todo lo que quedaba era una mesa, dos chicas, la luz que entraba por la ventana y el sonido de dos voces que, de a poco, iban armando una conversación fluida. El brillo suave y cálido de una encontraba su complemento en la paz apagada de la otra. Poco a poco, diferentes temas fueron desfilando uno a uno, a su tiempo, dibujando escenas de películas, reviviendo historias de libros o, simplemente, relatando los actos más cotidianos. A nadie le importaba lo que decían, ni siquiera a ellas, porque con el hecho de estar ahí, las dos, alcanzaba.

El café estaba helado. Las gotas sobre el vidrio ya no dibujaban sombras en la mesa; afuera del bar, la oscuridad sólo era interrumpida por los faroles de los autos que pasaban sin detenerse. La conversación de las dos chicas vivía sus últimos momentos, pero ese no era motivo para dejar de mirarse a los ojos.
-Ya es tarde -dijo Luciana. ¿Te molesta si...?
-No pasa nada -interrumpió Paula, ya sin rastros de timidez-. Te acompaño.
Pagaron y se fueron. Todavía llovía, pero no importaba demasiado. El corredor de techos y charcos alternados era el lugar ideal para dar los últimos pasos de su charla, que encontró su final bajo la protección de una parada de ómnibus. Ya no sabían qué decirse, pero sonreían. Se miraban y sonreían, como habían hecho durante las últimas horas, deseando que la partida de una de ellas no demorara más ni menos de lo ideal. Le tocó a Luciana.
-¿Cuándo nos vem... -llegó a decir Paula, antes de que aquella brisa rojiza la detuviera. No entendía dónde estaba, pero quería quedarse ahí, envuelta en esa mezcla de perfume y lluvia y narices frías. El beso, que terminó en sonrisa, dio paso a la despedida antes de recibir respuesta a la pregunta inconclusa.

Hacía frío otra vez. Recién en ese momento, Paula extrañó su abrigo; había estado demasiado ocupada como para no olvidarlo en el bar. Tenía la intención de ir a buscarlo, pero no podía moverse, aunque no era por el viento helado. Algo la mantenía fija en su lugar, algo que no terminaba de convencerla y que no la dejaba caminar. Sonó un celular, era el suyo. Lo sacó rápidamente del bolsillo y lo leyó, con una sonrisa de oreja a oreja, previo a ponerse en marcha hacia el bar a buscar su abrigo.

Aunque no lo iba a necesitar para su próxima cita, "un día que llueva menos".

jueves, 23 de mayo de 2013

Tu cerebro te odia

Siempre queda relegado a un segundo plano. A los sentimientos se los relaciona con el corazón, que poco tiene que ver con el tema. Cuando se habla de felicidad, el estómago se lleva buena parte del crédito. Si se trata de placer, la gente piensa en cualquier cosa. Al entretenimiento, casi siempre, se lo asocia a algún órgano de los sentidos. Y el cerebro ahí está, responsable máximo de todo, pero nunca protagonista. Acumulando rencor, olvidado por tantos, jura venganza. Y cumple.

Hay cinco situaciones en las que nuestro cerebro nos recuerda que uno cosecha lo que siembra, de una u otra manera. Una de ellas es cuando necesitamos a la memoria para algo importante: recordar una dirección a la que nunca fuiste, algo que tenías que hacer sí o sí, o algo que tenés que aprender para el resto de tu vida. El tipo no quiere. Pero no sólo no quiere sino que, además, se te caga de risa en la cara. Es como "Ah mirá, ¿estás en un examen y querés acordarte de tal concepto? Bueno no, te vas a acordar de todas las letras de esa banda que ni siquiera te gusta, pero justo eso que querés, no". Gran ayuda.

La segunda situación también tiene que ver con la memoria, porque todo buen hijo de puta sabe el momento justo. Estás tranquilo, en un día normal, te acordás y olvidás de mil cosas, y justo, no sé, ¿te acordás de la vez que te sacaste un moco en clase y se te rieron todos? ¿O cuando contaste un chiste verde sin saber que lo era? ¿O dijiste que fulano era un pelotudo, estaba atrás tuyo y no supiste qué decir? ¿No? Bueno, ahora te acordás. De nada.

La tercera tiene que ver con el sueño. Después de un día cansador, de dormirse en el ómnibus a la ida, a la vuelta, en la clase y en el sofá, uno por fin puede acostarse a dormir en serio. Estás cansado, cansadísimo. Liquidado. Exhausto. Momento ideal para (redoble de tambores): ¡el resumen del día! Cada uno de los acontecimientos insignificantes del día desfilan por la memoria, para dejar paso a los importantes, que a su vez dejan paso a ¡los planes del día siguiente! Y si me duermo ahora, duermo cuatro horas, pero si me levanto media hora después llego tarde al trabajo, y si voy tarde al trabajo no llego a la facultad, y DEJAME DORMIR POR FAVOR TE LO PIDO DEJAME. No, no te va a dejar. Te odia.

Cuarta situación, menos común, pero igual de odiosa. Imaginate que hiciste algo mal, algo que no le importa a nadie pero igual está mal. No sé, te preguntaron por una calle, te equivocaste y le señalaste otra que estaba cerca. ¿Querés creer que la persona se dio cuenta, buscó un poco mejor y encontró lo que buscaba? Imposible. Seguro se perdió. Seguro se perdió, cruzó mal la calle y lo agarró un ómnibus de lleno. Y si no, seguro se perdió y llegó tarde a su propio casamiento, la pareja se ofendió y lo dejó plantado. O capaz que todavía está ahí, perdido para siempre, porque le dijiste mal la calle. Terrible.

La quinta y última situación es, lamentablemente, la que me toca más de cerca. Es esa en la que el cerebro, vil traidor, se aprovecha de nosotros en el momento de mayor debilidad, cuando todavía estamos entregados a uno de los más animales y placenteros instintos que conservamos. Cuando la conciencia se fue y todavía no volvió. Cuando no se entienden razones. Cuando la satisfacción es lo único que nos interesa. Ese momento en el que el cerebro, conocedor de su poder de convicción, nos dice:
-Dale, no pasa nada. Dormí cinco minutos más, que yo te despierto.

Y nunca son cinco minutos. Eso, damas y caballeros, es alta traición.

martes, 30 de abril de 2013

Tiempo

Dentro de todas las cosas que suele haber adentro de una casa, hay dos que me joden más de lo que quisiera. No es la impresora, con su costumbre de dejar de funcionar cuando más se la necesita, ni es el microondas, que vaya a saber uno qué cosa de Mandinga hace para calentar comida. A mí lo que me supera son los espejos y los relojes.

El espejo tiene esa cosa de armar un mundo igualito al de verdad, pero de mentira. En una imagen plana resume todo lo que tiene enfrente, y por si fuera poco, te da vuelta la izquierda y la derecha. Ni hablar de mirarse, que es la única manera de mirarnos a la cara y siempre lleva a preguntarse cosas. Me asustan y me intrigan los espejos, todo junto, pero no se comparan a lo que generan los relojes.

Odio los relojes. El reloj está ahí para recordarte, nada más y nada menos, que el tiempo se va. Que todo avanza, que cada segundo que pasa implica que queda un segundo menos hacia adelante, que tarde o temprano todo tiene un final. Que tenemos fecha de vencimiento. Que la humanidad tiene fecha de vencimiento. Que el Universo mismo, con sus leyes y su infinidad, tiene fecha de vencimiento.

Será por eso que llego despeinado y tarde a todos lados.

Que tema jodido el paso del tiempo. Mientras la inminencia del fin de la existencia la dota de un sentido sumamente profundo, pasamos toda la semana esperando que llegue el fin de semana. Cosas que pasan.

¿A qué viene todo esto? A que este año se cumplen diez años del lanzamiento de Mientras, el primer disco de rock que tuve, allá por sexto de escuela (cuando el disco ya tenía un año, pero son detalles). O sea, un disco que me acompañó durante prácticamente la mitad de mi vida. No puedo pensar en todas las cosas que me han pasado en diez años, que a fin de cuentas no es tanto tiempo; es como la octava parte de una vida promedio, o una nada en la historia del hombre, o una nada más chiquita en la vida del Universo.

Pero para mí es pila. Y es tremendo disco, así que dejo un tema. Hasta luego.



Crédito a quien corresponda. Supongo que a Buitres por semejante canción, y al que subió el video por ser tan buen tipo. Gracias.

jueves, 11 de abril de 2013

Iguales

Finalmente, después de pasar dos veces por cada cámara del Parlamento, se aprobó la ley referente al matrimonio igualitario en Uruguay (entre otras cosas), permitiendo así el matrimonio entre personas del mismo sexo (entre otras cosas). Sin dudas, un paso importantísimo en la creación de una sociedad más justa, inclusiva e igualitaria para todos. El producto de una lucha muy larga por una parte de la sociedad civil, que reclamaba derechos que, creo yo, nunca debió haber tenido la necesidad de reclamar, porque ya debían haber sido suyos desde siempre. ¿Se entiende?

Un triunfo que convierte a Uruguay en el decimosegundo país en reconocer tal unión, y que debería ponernos contentos a todos. Una razón para festejar todos, los que ahora se pueden casar, los que ya podían antes, y los que pueden pero no quieren. Pero sobre todo, una muestra de que si se insiste y se espera, las cosas llegan, y una esperanza de que todos aquellos derechos que faltan conquistar, para diferentes sectores de la sociedad, pueden llegar tarde o temprano. Porque no hay que olvidar que falta muchísimo para una sociedad realmente igualitaria, desde lo social y lo legislativo.

Por ejemplo, todavía hay gente que insiste en la homosexualidad como un defecto. Hay gente que, por manejarse con ciertos valores y creencias, pretende imponer su conducta a la sociedad entera, olvidando que no todos creemos o pensamos lo mismo.

Todavía no existen las mismas oportunidades para todos. Aunque parezca mentira, las mujeres siguen en desventaja al competir por un puesto de trabajo, porque entre otras cosas, un posible embarazo sigue siendo una "complicación". Todavía cobran menos por hacer el mismo trabajo que un hombre, en el mismo puesto. Ni hablar de las oportunidades que tiene la población afrodescendiente, transexual o de bajos recursos.

Todavía convivimos con el racismo, tanto, que es casi parte del folclore. Yo todavía me sorprendo de las pocas personas afrodescendientes que van a mi facultad,  a mi trabajo, o que ocupan cargos importantes.

Todavía hay una parte enorme de nuestra gente que quedó a un costado, social, económica y educativamente, y sigue ahí. Y si no hacemos nada entre todos, va a seguir ahí. Y aunque así lo crean muchos, encerrarlos desde chicos no soluciona el problema.

Todavía tenemos violencia de género por todos lados. Se pelea todos los días por eliminarla, pero sigue ahí. Tenemos una mujer muerta a manos de su pareja por cada cien mil habitantes, entre otros casos. (Fuente)

Todavía tenemos la idea de que la accesibilidad es poco más que un adorno, una preocupación del que tiene las limitaciones y de nadie más. Por ejemplo, de los edificios del complejo donde vivo, no todos los edificios tienen rampa donde se la necesita, porque se espera a que alguien no pueda entrar al edificio para hacerla. En muchos lugares falta entender que la accesibilidad tiene que ser parte del diseño, siempre.

Pero por sobre todas las cosas, tenemos grabada a fuego la idea de que esos problemas deben ser preocupación de esos grupos, nada más. Que no tiene sentido que un hombre heterosexual y blanco defienda los derechos de mujeres y las comunidades LGBT y afrodescendiente. O al menos esa idea siguen teniendo muchos, que por suerte son cada vez menos.

Me parece que deberíamos aprovechar el impulso del paso de hoy y seguir avanzando, atacando los problemas y haciendo lo que tengamos a nuestro alcance. Los que pueden hablar, que hablen; los que pueden proponer, que propongan; y sobre todo, los que deban redactar y levantar la mano, que cumplan su deber.

Pero dejemos para mañana, porque hoy nos podemos permitir festejar. Arriba Uruguay.

viernes, 15 de marzo de 2013

El hombre gris

Apareció una tarde fría y lluviosa, tiempo después de haber desaparecido. Vestía traje y sombrero gris, tenía un aire tanguero de otra época; incluso estaba mucho más flaco. Se acercó por detrás de ella, le tapó los ojos con ambas manos y los dos sonrieron. "No va a ser necesario que te pregunte quién es, ¿no?" le dije a la mujer, segundos antes de que se volvieran a besar como antes. Todos sonreímos otra vez, nunca habíamos imaginado un regreso así.

Los primeros días fueron de inmensa felicidad. Todos hablábamos, gritábamos y reíamos como antes; todos menos él. Su risa era más apagada, fría y gris, como una fotocopia de la que tenía antes. Al principio no lo noté, pero después empezó a molestarme. La molestia dio paso a la preocupación, porque no entendía qué pasaba. ¿Por qué no reía como antes de irse? ¿Por qué había vuelto gris y apagado? Había algo espectral y etéreo en él que me inquietaba, con los días se iba pareciendo a una sombra de sí mismo.

Fue durante una de mis visitas, cuando salí a tomar aire un momento, que escuché una voz lejana y débil. "No es él" me dijo. "No es él" me repitió, más fuerte. "No es él" volví a escuchar, pero esta vez era yo el que  hablaba; "no puede ser él, no puede volver, ¡no es él!" grité, dando un portazo para entrar. Y él no estaba, porque obviamente no podía haber vuelto. Y ella, que estaba arrodillada en el suelo, levantó su vista, nos miramos y lloramos juntos. Otra vez, como la primera vez que se fue, lloramos por él. Otra vez, como la primera vez, supimos que no iba a volver.

En ese momento me desperté. Lloraba de verdad; supuse que había gritado dormido, pero no me importó. Me senté en la cama y me dispuse a descifrar el sueño, a entender por qué, después de tanto tiempo, había vuelto como ese hombre gris. Tuve miedo de que realmente hubiera vuelto, pero esas cosas no pasan, así que la explicación debía estar en mí. Pensé un rato largo, repasé cada imagen que podía recordar y finalmente llegué a la respuesta que más me convenció.

Había vuelto, pero sólo por ese momento. Volvió para recordarme que no puede volver, pero que puedo hacer que no se vaya del todo; volvió para pedirme que lo guardara en mi memoria, para poder salir cada vez que algo me lo recordara.

Sonreí y le agradecí. No era necesario pedirme algo que hago desde que se fue, pero había sido bueno volver a verlo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Turismo espacial

Luego de las primeras excursiones, el turismo espacial hacia Marte registró un crecimiento explosivo a nivel mundial, con cientos de familias invirtiendo sus ahorros en una semana de estadía en el planeta rojo. Como todas las modas internacionales, más tarde que temprano, llegó a Uruguay. Washington y Gladys, festejando sus bodas de plata, fueron la primera pareja uruguaya en pisar suelo marciano.
-Viejo, ¿estás seguro que no sale de Tres Cruces?
-Seguro vieja, seguro. Ahora, con ese ropero que traes, no sé si nos dejarán salir...
-Ay Washington, ¡mirá lo que decís! Nos vamos lejísimos, tengo que llevar ropa por si refresca.
Y así iba la pareja, rumbo a la plataforma de despegue. Un transbordador con la máxima tecnología los llevaría a pasar una semana en su árido destino. Llegaron, despacharon su equipaje (ante la cara de asombro de la tripulación), se acomodaron en sus asientos y despegaron.

-Viejo, ¿falta mucho? -preguntó Gladys. Su marido despertó y preguntó cuánto tiempo de viaje llevaban. -Veinte minutos -contestó ella-. Pero me parece que vamos lento, mirá para afuera, ¡no se mueve nada! Washington miró a su esposa con cara de marido cansado, dio media vuelta y siguió durmiendo. Así, varias veces, hasta que llegaron y se instalaron.

Al otro día, Gladys no podía creer lo nublado que estaba. -El cielo está rojo, se debe venir tormenta. -le decía a su marido, que hacía caso omiso. Washington hacía horas que meditaba en silencio, observando el horizonte. Salió a hacer su caminata matutina, pero volvió a las puteadas. -¡¿Podés creer?! ¡Ni caminar se puede acá!-. El hombre estaba furioso porque, con la poca gravedad, apenas podía moverse. -Sólo yo te sigo el tren. -recriminó a su pareja.

Así pasaron los días. Gladys se quejaba de lo fresco que estaba, del viento, del polvo, de las nubes y del ente de su marido, que pensaba y pensaba sin hablar, hasta que no aguantó más. -O me decís lo que te pasa o dejo de plancharte los pantalones, Washington, ¿qué te pasa? -preguntó-. Me tenés harta, todo el santo día mirando a la nada, ¿qué cuerno estás buscando?

Washington levantó la mirada, se notaba la frustración en su semblante. -¿Sabés que busco? ¿SABÉS QUE BUSCO? -gritó, ya con los ojos desorbitados-. ¡Hace una semana que estamos acá y lo único que vemos es arena, arena y arena! Lo que yo me pregunto es, ¿DÓNDE CARAJO ESTÁ LA PLAYA?

Dicho esto, dio un portazo y se metió a la cabaña. Se lo escuchó murmurar "parece Parque del Plata" antes de soltar un rosario de improperios. Gladys, con gesto de decepción, se puso a armar la valija.

-Ya está -dijo-. La próxima vez ahorramos un par de meses más, y nos vamos un fin de semana a La Pedrera.

Y así terminaron el viaje. Ahora entendemos por qué no tuvo mucho éxito el turismo espacial en Uruguay.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Cambiemos el mundo

Después de meses de estar separado del blog, hoy nos reconciliamos. Acordamos no volver a escribir opiniones personales porque después las opiniones cambian y me arrepiento, pero como soy mucho peor cumpliendo promesas que escribiendo, he aquí una entrada llena de opiniones. Porque si cualquiera puede escribir su carta abierta, acá no vamos a ser menos.

El motivo de esta entrada es bastante sencillo: cambiar al mundo entre todos. Al fin y al cabo no es tan difícil, el mundo cambia solo sin que nadie lo ayude, lo bueno sería darle una dirección que nos gustara a todos. Por ahí alguno no está de acuerdo, por ahí a alguno no le interesa lo que digo, pero allá ellos. Acá se viene a opinar, señoras y señores, no a formar opinión; ya estamos grandes como para andar queriendo convencer gente. Si alguien está de acuerdo, mucho mejor.

Cualquiera se da cuenta de que, como conjunto de personas que somos, vendría bien bajar un cambio en todos los ámbitos. Capaz que peco de hippie, pero me parece que hay un poquito de violencia que sobra en todos lados. Un poquito grande, que es más bien un montón enorme. Más allá de la publicidad que se le da a la violencia por el rating que genera, nos estamos yendo bastante al carajo. No se puede hablar de fútbol sin putear al otro, no se puede mirar la tele sin que estén matando a alguien (de verdad o no), no se puede estar por fuera del statu quo sin ser catalogado de cualquier cosa. Un statu quo aburridísimo, si se me permite la opinión.

Permitimos que la pasión domine donde no debería. No hay más fútbol, ahora gana el pelotudo que canta más. ¿Perdimos? No importa, cantamos más, y mirá que encima llovía eh. ¿En la política? Que necesidad de tirar todos para adelante, si podemos dividirnos en dos: uno que gobierne y justifique cualquier cosa mientras sea oficialista, y otro que critique y busque destruir al otro sin que se le caiga una idea. ¿Crees algo diferente a mí? Sos hereje, impuro e iluso, no te das cuenta que yo creo en lo único cierto, porque somos un montón que decimos que es así y tiene que ser así. Y así con todo.

Nos olvidamos que ser una masa homogénea de gente igual no tiene gracia, entonces apartamos al diferente hasta convencerlo de ser como nosotros (olvidando, también, que hay miles de millones de "nosotros", lo que hace imposible convencer a todos de ser iguales).

Hay que cambiar ese tipo de cosas. No de forma gradual ni al ritmo que lleva la historia por sí sola, tiene que ser una revolución. Tranquila, pacífica, pero revolución al fin. Una en la que nadie quiera imponer lo propio a los demás, sino que el objetivo de todos sea permitir las diferencias y evitar las agresiones. Difundir el respeto, propio y ajeno. En lugar de convencer al otro a prepo, cambiar la cabeza de uno y predicar con el ejemplo para que el resto se convenza por sí mismo. Entender de una vez que somos siete mil millones de personas en el mundo, que no podemos seguir pensando sólo en nosotros y que hay cosas grandes y chicas que molestan al resto y se pueden evitar. Después de entender, actuar. Y después de actuar, seguir, porque nada cambia de un día para el otro aunque le pongamos la mejor onda.

Y si no nos ponemos de acuerdo mejor, porque la idea no es que todos pensemos lo mismo. Eso sí, respetémonos un poco y sobre todo, bajemos un cambio. Dentro de las diferencias, somos demasiado parecidos como para andar odiándonos entre nosotros.