viernes, 15 de marzo de 2013

El hombre gris

Apareció una tarde fría y lluviosa, tiempo después de haber desaparecido. Vestía traje y sombrero gris, tenía un aire tanguero de otra época; incluso estaba mucho más flaco. Se acercó por detrás de ella, le tapó los ojos con ambas manos y los dos sonrieron. "No va a ser necesario que te pregunte quién es, ¿no?" le dije a la mujer, segundos antes de que se volvieran a besar como antes. Todos sonreímos otra vez, nunca habíamos imaginado un regreso así.

Los primeros días fueron de inmensa felicidad. Todos hablábamos, gritábamos y reíamos como antes; todos menos él. Su risa era más apagada, fría y gris, como una fotocopia de la que tenía antes. Al principio no lo noté, pero después empezó a molestarme. La molestia dio paso a la preocupación, porque no entendía qué pasaba. ¿Por qué no reía como antes de irse? ¿Por qué había vuelto gris y apagado? Había algo espectral y etéreo en él que me inquietaba, con los días se iba pareciendo a una sombra de sí mismo.

Fue durante una de mis visitas, cuando salí a tomar aire un momento, que escuché una voz lejana y débil. "No es él" me dijo. "No es él" me repitió, más fuerte. "No es él" volví a escuchar, pero esta vez era yo el que  hablaba; "no puede ser él, no puede volver, ¡no es él!" grité, dando un portazo para entrar. Y él no estaba, porque obviamente no podía haber vuelto. Y ella, que estaba arrodillada en el suelo, levantó su vista, nos miramos y lloramos juntos. Otra vez, como la primera vez que se fue, lloramos por él. Otra vez, como la primera vez, supimos que no iba a volver.

En ese momento me desperté. Lloraba de verdad; supuse que había gritado dormido, pero no me importó. Me senté en la cama y me dispuse a descifrar el sueño, a entender por qué, después de tanto tiempo, había vuelto como ese hombre gris. Tuve miedo de que realmente hubiera vuelto, pero esas cosas no pasan, así que la explicación debía estar en mí. Pensé un rato largo, repasé cada imagen que podía recordar y finalmente llegué a la respuesta que más me convenció.

Había vuelto, pero sólo por ese momento. Volvió para recordarme que no puede volver, pero que puedo hacer que no se vaya del todo; volvió para pedirme que lo guardara en mi memoria, para poder salir cada vez que algo me lo recordara.

Sonreí y le agradecí. No era necesario pedirme algo que hago desde que se fue, pero había sido bueno volver a verlo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Turismo espacial

Luego de las primeras excursiones, el turismo espacial hacia Marte registró un crecimiento explosivo a nivel mundial, con cientos de familias invirtiendo sus ahorros en una semana de estadía en el planeta rojo. Como todas las modas internacionales, más tarde que temprano, llegó a Uruguay. Washington y Gladys, festejando sus bodas de plata, fueron la primera pareja uruguaya en pisar suelo marciano.
-Viejo, ¿estás seguro que no sale de Tres Cruces?
-Seguro vieja, seguro. Ahora, con ese ropero que traes, no sé si nos dejarán salir...
-Ay Washington, ¡mirá lo que decís! Nos vamos lejísimos, tengo que llevar ropa por si refresca.
Y así iba la pareja, rumbo a la plataforma de despegue. Un transbordador con la máxima tecnología los llevaría a pasar una semana en su árido destino. Llegaron, despacharon su equipaje (ante la cara de asombro de la tripulación), se acomodaron en sus asientos y despegaron.

-Viejo, ¿falta mucho? -preguntó Gladys. Su marido despertó y preguntó cuánto tiempo de viaje llevaban. -Veinte minutos -contestó ella-. Pero me parece que vamos lento, mirá para afuera, ¡no se mueve nada! Washington miró a su esposa con cara de marido cansado, dio media vuelta y siguió durmiendo. Así, varias veces, hasta que llegaron y se instalaron.

Al otro día, Gladys no podía creer lo nublado que estaba. -El cielo está rojo, se debe venir tormenta. -le decía a su marido, que hacía caso omiso. Washington hacía horas que meditaba en silencio, observando el horizonte. Salió a hacer su caminata matutina, pero volvió a las puteadas. -¡¿Podés creer?! ¡Ni caminar se puede acá!-. El hombre estaba furioso porque, con la poca gravedad, apenas podía moverse. -Sólo yo te sigo el tren. -recriminó a su pareja.

Así pasaron los días. Gladys se quejaba de lo fresco que estaba, del viento, del polvo, de las nubes y del ente de su marido, que pensaba y pensaba sin hablar, hasta que no aguantó más. -O me decís lo que te pasa o dejo de plancharte los pantalones, Washington, ¿qué te pasa? -preguntó-. Me tenés harta, todo el santo día mirando a la nada, ¿qué cuerno estás buscando?

Washington levantó la mirada, se notaba la frustración en su semblante. -¿Sabés que busco? ¿SABÉS QUE BUSCO? -gritó, ya con los ojos desorbitados-. ¡Hace una semana que estamos acá y lo único que vemos es arena, arena y arena! Lo que yo me pregunto es, ¿DÓNDE CARAJO ESTÁ LA PLAYA?

Dicho esto, dio un portazo y se metió a la cabaña. Se lo escuchó murmurar "parece Parque del Plata" antes de soltar un rosario de improperios. Gladys, con gesto de decepción, se puso a armar la valija.

-Ya está -dijo-. La próxima vez ahorramos un par de meses más, y nos vamos un fin de semana a La Pedrera.

Y así terminaron el viaje. Ahora entendemos por qué no tuvo mucho éxito el turismo espacial en Uruguay.