sábado, 15 de junio de 2013

Una de amor

Llovía. La blanca luz empañada que caía desde las nubes se colaba por el vidrio mojado, dibujando sombras sobre la mesa del bar. Sobre ella, un servilletero y una mano, que tamborileaba impacientemente. El frío y la humedad parecían atravesar las paredes, siendo combatidos únicamente por el murmullo constante y el olor a café, hasta que llegó ella. Suave, delicada y pálida, saludó y se sentó en la silla vacía. La fría piel blanca y la nariz colorada contrastaban con la rojiza cabellera, que regalaba calidez a quien la contemplaba.
-¿No vamos a pedir nada? -preguntó. No hubo respuesta, pues quien debía formularla tenía la mirada perdida en la constelación de pecas que le sonreían desde el otro lado de la mesa.
-¿Pedimos algo? -insistió, sonriendo.
-¿Eh? Ah, sí, me perdí un poco -contestó entre risas-. ¿Un café?
-No me gusta el café, iba a pedir una cerveza, pero vos pedí lo que quieras -dijo Luciana, mientras llamaba al mozo.
Paula no quería café. Es más, odiaba el café, pero no tenía la más mínima idea de qué hacer o decir. Nunca había pasado por una situación parecida, sólo atinaba a sonreír y esperar que nadie notara sus nervios. El mozo trajo ambas cosas, las dejó sobre la mesa y se perdió, dejando a las dos chicas en el que, ahora, era su mundo, su mesa en el bar.
Paula miraba el café con asco. Luciana, por su parte, veía venir un silencio eterno que decidió romper.
-Contame, vos... -y el bar fue desapareciendo de a poco. El farol colgado junto a ellas era la única luz que sobrevivía, el resto se había ido junto con los murmullos, el frío y la lluvia. Todo lo que quedaba era una mesa, dos chicas, la luz que entraba por la ventana y el sonido de dos voces que, de a poco, iban armando una conversación fluida. El brillo suave y cálido de una encontraba su complemento en la paz apagada de la otra. Poco a poco, diferentes temas fueron desfilando uno a uno, a su tiempo, dibujando escenas de películas, reviviendo historias de libros o, simplemente, relatando los actos más cotidianos. A nadie le importaba lo que decían, ni siquiera a ellas, porque con el hecho de estar ahí, las dos, alcanzaba.

El café estaba helado. Las gotas sobre el vidrio ya no dibujaban sombras en la mesa; afuera del bar, la oscuridad sólo era interrumpida por los faroles de los autos que pasaban sin detenerse. La conversación de las dos chicas vivía sus últimos momentos, pero ese no era motivo para dejar de mirarse a los ojos.
-Ya es tarde -dijo Luciana. ¿Te molesta si...?
-No pasa nada -interrumpió Paula, ya sin rastros de timidez-. Te acompaño.
Pagaron y se fueron. Todavía llovía, pero no importaba demasiado. El corredor de techos y charcos alternados era el lugar ideal para dar los últimos pasos de su charla, que encontró su final bajo la protección de una parada de ómnibus. Ya no sabían qué decirse, pero sonreían. Se miraban y sonreían, como habían hecho durante las últimas horas, deseando que la partida de una de ellas no demorara más ni menos de lo ideal. Le tocó a Luciana.
-¿Cuándo nos vem... -llegó a decir Paula, antes de que aquella brisa rojiza la detuviera. No entendía dónde estaba, pero quería quedarse ahí, envuelta en esa mezcla de perfume y lluvia y narices frías. El beso, que terminó en sonrisa, dio paso a la despedida antes de recibir respuesta a la pregunta inconclusa.

Hacía frío otra vez. Recién en ese momento, Paula extrañó su abrigo; había estado demasiado ocupada como para no olvidarlo en el bar. Tenía la intención de ir a buscarlo, pero no podía moverse, aunque no era por el viento helado. Algo la mantenía fija en su lugar, algo que no terminaba de convencerla y que no la dejaba caminar. Sonó un celular, era el suyo. Lo sacó rápidamente del bolsillo y lo leyó, con una sonrisa de oreja a oreja, previo a ponerse en marcha hacia el bar a buscar su abrigo.

Aunque no lo iba a necesitar para su próxima cita, "un día que llueva menos".