(Imagen: http://neetciencia.com)
Muy a mi pesar, el frío tiene cierto encanto. El aire frío le impone una barrera mucho más clara a tu cuerpo: vos terminás ahí, donde empieza ese ambiente que corta, que te da un efímero descanso antes de volver a golpear con el viento helado. De cierta manera me siento más vivo, porque cuando todo lo de afuera queda reducido al silencio y la quietud interrumpida sólo por el viento helado, todo lo que queda soy yo; yo no estoy frío como lo que me rodea, está bien claro. Ese frío no es nuestro, viene de lejos, muy lejos. Trae paisajes y memorias de tierras blancas muy lejanas, al sur del límite imaginable, del fin del mundo, pero me pega en la cara entre los edificios que veo siempre, me cuenta de lugares donde es moneda corriente.
Nunca hace tanto frío como el de la imagen, con el que tenemos me alcanza. Me despierta, me aclara el pensamiento. El calor acelera otras cosas, más animales, instintivas; el intelecto es todo del frío, pero a su vez es su enemigo. Pensar da calor. No el calor del cuerpo al que estamos acostumbrados, sino el calor de ser conscientes de que estamos ahí, pensando, cuando todo lo que hay afuera está mucho más frío, inerte. El pensamiento lucha contra el frío, pero en el fondo lo quiere; si no fuera por él, correríamos tras tendencias más básicas, propias del calor.
Con el pensamiento viene la memoria, el frío trae recuerdos. El viento arranca imágenes de lo más hondo, las revuelve y las revive, como a las hojas. La luz blanca de las nubes, melancólica, ayuda a meterse dentro de uno, a refugiarse.
El frío me pone autista.
Y no tiene nada que ver, pero me dan ganas de escuchar Buitres. Porque los recuerdos traen otros tiempos. El tema es sólo un tema, no tiene mucho que ver con la entrada. Aprovechen a pensar estos meses.
Obviamente el tema no es mío, sino de unos animales de la música uruguaya, en el mejor sentido de la expresión. "Sólo", de Buitres después de la una. (Con esto del copyright hay que abrir el paraguas.)