sábado, 18 de febrero de 2012

Redes sociales

No entiendo mucho a la gente que demoniza a las redes sociales, léase Facebook, Twitter o cualquier otra. A veces se habla de un perjuicio a la comunicación entre las personas, que se pierde lo lindo del contacto con la gente, etcétera. Gente, no es un asunto tan serio.

Facebook es el chusmerío hecho página de Internet. Es lo que todos criticamos pero todos queremos conocer: con quién está fulana, a donde salió fulano, cuando es el cumpleaños de mengano. Y muchos se quejan de la pérdida de privacidad, de la gente indeseada, de los comentarios ofensivos... A ver, el cuidado de la privacidad empieza por uno mismo, en mi Facebook solo hay cosas que no necesito ocultar a nadie, que son parte de lo que todo le mundo sabe sobre mí. Ahora bien, si publicás a los cuatro vientos virtuales tu nombre, teléfono, fotos indecentes y secretos, allá vos. Nena, si publicás una foto en bolas, te van a decir chanchadas. No hay vuelta.

Están los que dicen que estas redes perjudican las relaciones entre personas, o sea, en persona. Otra vez, todo depende. Hay que saber equilibrar: si yo no salgo de mi casa en todo el día, va a ser porque no tenga ganas, no porque esté preso de una página de Internet. El tema es que las conversaciones a través de Internet te ahorran, entre otras cosas, silencios incómodos y gente que no querés ver. Esto las hace perfectas para los introvertidos y ermitaños, que no quieren o no pueden soportar a otras personas; si no sos de ninguno de estos dos grupos, no debería haber razón para dejar de ver a tus amigos por estar frente a la computadora.

Hace un par de días y entré al mundo de Twitter, nada del otro mundo tampoco, pero con terrible potencial, creo. Es como poner a un grupo de millones de personas en medio de una autopista por la que pasan toneladas de información; es mucha, mucha gente con la información ahí nomás, comentando cosas que están pasando, en el instante. Con los malditos 140 caracteres los mensajes son cortos y muchos, es como un batallón de comentarios de pocos renglones, todo el tiempo. Ahí sí que se puede perder uno, pero teniendo un poco de cabeza se puede evitar.

Así, es, al menos, sorprendente cómo los temas se propagan, se meten en boca de miles y miles de personas, al instante, en todo el mundo. Si se usara para un fin serio sería interesante, pero perdería muchos participantes; mucha gente lo usa para hablar boludeces, para no complicarse con temas serios. De nuevo, si uno se queda sólo con eso no sirve, pero si se complementa con información de verdad y temas interesantes, es muy útil.

Y toda esta entrada para avisar que tengo Twitter, que está ahí en un costado (seguro ya lo vieron) y que el que quiera me siga. No van a encontrar nada demasiado cultural o importante. Algo así como el blog, pero más cortito.

martes, 14 de febrero de 2012

Día de los enamorados

Este es un mensaje de Simples Vaguedades, en el marco de su fuerte compromiso con la sociedad.

A vos te hablo. Sí, a vos, muchacha quedada en el tiempo. Vos que crees que las mujeres tiene que esperar que los hombres encaren, a vos te digo: dejate de joder. Capaz que en otro siglo corría esa excusa, pero hoy en día no vale la pena perder el tiempo. Si te gusta ese amigo-conocido que se tranca cuando te habla y no saca tema de conversación, decile algo. Lo peor que te puede pasar es que en realidad no le gustes y sólo tenga problemas para llevar adelante una conversación digna; si es así no vale la pena. Nada es tan terrible, al fin y al cabo nuestras acciones son insignificantes frente a la inmensidad del espacio. Los hombres tímidos te van a agradecer, te lo digo por experiencia propia.

Y a vos, muchacho que no se anima a decir lo que siente. Vos jodete, no tenés una sociedad patriarcal que justifique tu timidez, simplemente sos boludo. Ojalá tengas suerte.

Y vos, que tenés novia y te sentís un pelotudo por recorrer el shopping repleto de gente con un oso de peluche en la mano, creeme, más pelotudo te sentís cuando caminás por el centro con un ramo de flores. Aún así vale la pena.



Que lindo, que lindo. Que lindo ser vendedor de flores hoy, es como vender pirotecnia en Navidad pero sin el riesgo de incendio.

Para los que estén enamorados, feliz día. Para los que no, ya les va a tocar.



Fin del comunicado. Me faltó ponerle un corazón: <3 Pronto, un lujo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Pigmalión 2.0

El dibujante miraba la hoja en blanco y se acariciaba la barbilla. Tenía en su mente la imagen de la que sería su más importante obra, pero llevarla al papel lo aterraba; las cosas estaban raras desde hacía semanas y eso lo llevaba a pensar mil veces antes de garabatear.

Todo empezó una noche solitaria, cuando el hambre le recordó que irse a vivir sólo no había sido una idea tan brillante como parecía a priori. El limón a medio exprimir y los fideos fríos del día anterior no mostraban un panorama demasiado alentador, así que se dedicó a dibujar lo primero que le saliera, para pasar el tiempo. Como no podía ser de otra manera a esa altura de la noche, lo único que se le ocurrió fue dibujar fue una cena recién servida, con todos los platos que su imaginación podía preparar. Le llevó unos minutos descubrir el olor que venía del comedor una vez terminada su obra; pensó que estaría delirando, pero por las dudas quiso asegurarse. De inmediato descubrió lo duro que era el suelo del apartamento cuando cayó luego de ver su cena servida en la mesa, como si el mismísimo Mandinga la hubiera llevado allí desde el papel. Se acercó despacio, la examinó detenidamente y, tal vez movido por el recuerdo de los fideos fríos en la heladera, probó el primer bocado. Y el segundo. Y el tercero, y así hasta terminar la mejor cena que había tenido desde su declaración de independencia.

Esa noche no pudo dormir. Esperaba que se apareciera el Diablo a reclamar su alma, o algún cura loco a exorcizarlos a él y sus lápices. Cada tanto tomaba su cuaderno y pensaba en dibujar más cosas, pero lo invadía el terror y desistía. Así estuvo hasta la mañana, cuando con varias tazas de café encima se decidió a experimentar nuevamente. Fue dibujando elementos inofensivos y que cupieran en su mesa: una medialuna (que no duró mucho), una taza, una caja de cigarros, todo se tornaba real ante su mirada. La cosa se ponía seria.

Se quedó mirando sus obras desparramadas por la mesa y la obvia realidad se abrió paso entre su nublada conciencia. Podía tener lo que quisiera y pudiera dibujar. Lo cual era equivalente, gracias a su talento, a tener lo que quisiera. Se dibujó un almuerzo y volvió a la cama, la idea de tener todo al alcance de su lápiz lo aplastaba; nunca había sido codicioso y no iba a empezar ahora, prefería ser feliz con poco y no abusar de su magia. La idea del Diablo tocando la puerta para cobrar lo suyo todavía seguía dando vueltas, pero poco a poco otra idea más grande y pesada iba tomando su lugar en la agitada cabeza del artista: esto no podía ser una casualidad, tenía que ser la oportunidad de plasmar su sueño, de traerlo a la vida. Se asustó y se dedicó a pensar, el plan necesitaba más reflexión.

Finalmente llegó el día, ya tenía la imagen clara y sólo le faltaba empezar. Poco a poco fue dibujando a su eterno amor, cuidando hasta el más mínimo detalle. Cada onda en su pelo, el color de los ojos, los labios suaves, la piel inmaculada, la perfección de su silueta, todo. La dibujó vestida, para no perder la mística. Le dio una sonrisa casi perfecta, tal vez para recordar su carácter humano, tal vez por los nervios de ver que estaba cada vez más cerca de terminar. Y terminó, luego de darle el último toque de color.

En ese instante lo invadió una necesidad de salir corriendo, una brújula interna le decía hacia dónde. Corrió como el viento hasta la plaza más cercana para, ya sin aliento, ver un pelo ondulado que se movía con el viento. Apoyó sus manos sobre las rodillas para tomar aire, sin quitar la vista de su creación. Ella levantó la mirada y encontró los ojos del dibujante, que no parpadeaba; se miraron como dos personas que se conocen de hace mucho tiempo pero no recuerdan de dónde. El dibujante se acercó y la llamó por el nombre que él le daba en sus sueños, ella respondió con una sonrisa y lo llamó por su nombre. Cualquiera que hubiera visto la escena no hubiera entendido la mueca de dolor en la cara del artista. Como espantado se congeló, se disculpó con excusas que nadie hubiera creído y se fue caminando rápido.

Mientras caminaba se puteaba en voz baja. Repasaba todo lo que había hecho mientras dibujaba, una y otra vez. Miró con detalle el papel donde estaba el dibujo y lo tiró en la vereda. Por más que intentaba recordar, estaba seguro de que él no le había dado esa espantosa voz chillona.


Debió haber sido El Mandinga, cuando vio que un alma tan frívola iba a ser suya tarde o temprano.