-¿Por qué llueve?- preguntó un día gris, mientras cruzábamos la calle de la mano.
-¿Qué te parece a vos?- le contesté, sin esperar una respuesta correcta.
-No sé, es mucha mucha agua que no sé de donde sale. ¿En la facultad no te enseñan eso?
-No, pero yo ya lo sabía de antes...Si querés te cuento.- le dije con mirada cómplice, y asintió abriendo bien grandes sus ojos de niño curioso. Así empezó la historia, una vez que estuvimos sobre la vereda.
-La lluvia -dije, mientras abría la palma de la mano (y él me copiaba)- son nubes, que aburridas de estar allá arriba, vienen a visitarnos. Las nubes están hechas de muchas, muchas gotas de agua, que pasan días y días en el cielo, mirando para abajo. En algún momento, de mirar tanto, les da curiosidad y quieren bajar un rato, entonces se tiran todas juntas, y llueve.
Me miraba maravillado, vi cómo se imaginaba todo el recorrido, la decisión de las gotas de ir todas juntas, todo. Pero en lugar de hablar, se quedó esperando más.
-A veces, en algunos lugares, hace mucho frío como para que bajen desabrigadas -seguí-, entonces las gotas se ponen sus abrigos blancos y suaves, y caen en forma de nieve.
Él nunca había visto nieve, pero todos sabemos más o menos cómo es la nieve, desde chicos ya.
-Otras veces, además del frío y el viento, las gotas no saben con qué se van a encontrar, entonces se ponen su armadura. Es ahí que bajan en forma de granizo. Y cuando son gotas muy, pero muy ansiosas, bajan todas juntas en forma de nube, a las apuradas, y se tapa todo de niebla -dije por último.
Asintió, pero algo no le cerraba. O sea, había seguido toda mi explicación, la había entendido, pero no le convencía. Se notaba en su mirada al cielo, empañada por la duda de todo pequeño filósofo.
-Entonces, ¿qué va a pasar cuando se terminen las nubes? Porque si bajan todas, no va a haber más ¿no? -me increpó.
No lo había pensado. Rápido, repasé esa parte de la historia, para que sonara coherente.
-Esa es la parte más misteriosa -le dije, y se le iluminó la mirada otra vez-. Cuando ya quieren volver a su casa, en el cielo, las gotas vuelven. Pero no pueden volver todas juntas, porque nos daríamos cuenta, ¿no? -pregunté mientras guiñaba un ojo, y sonrió-. Entonces, van volviendo a escondidas, una por una, hasta que se encuentran arriba y arman una nube otra vez. Se quedan un rato, unos días, y después se van de viaje, así recorren todo el mundo. ¿Qué te parece?
-Me parece muy bien -concluyó, con voz de Mickey Mouse, mientras yo respiraba aliviado-. ¿Eso lo sabías de antes? -volvió a preguntar, ahora con su voz interrogadora.
-Sí, me lo habían contado cuando era chiquito como vos -le respondí.
-¿Y no te lo enseñaron en la facultad?
-No, no me lo enseñan en-la-fa-cul-tad -le respondí, arqueando las cejas, como desde que empezó a conversar conmigo (y a cuestionarme) años atrás.
-Entonces no sé qué te enseñan -concluyó, como amo y señor de la razón que es desde que domina el habla.
Nos miramos y reímos a carcajadas juntos, como siempre, mientras veíamos el cielo despejándose. Las nubes sabían que sabíamos su secreto y decidieron irse de viaje. Todo tenía sentido.