viernes, 5 de octubre de 2012

Inmortal

El abuelo pintaba desde mucho antes que yo naciera. Hasta que pude pedirle que pintara lo que yo quisiera, toda su obra se había tratado de retratos de personas que yo no conocía. Recuerdo que cada tanto el abuelo desaparecía, se encerraba en su taller un día entero y al día siguiente aparecía con un cuadro nuevo. Las personas de los retratos nunca se repetían; a veces era una persona joven, a veces un anciano, sonriente o serio, pero nunca enojado. Una vez vi a mamá y al abuelo muy tristes, se fueron juntos y me dejaron sola con papá. Ese día papá me habló de cosas rarísimas, de lugares que la gente no veía y de los que no volvía; me dio un beso de "hasta mañana" y apagó la luz del cuarto. Al otro día el abuelo no estaba. Al siguiente tampoco. Al tercero apareció junto a la puerta de su cuarto, colgando un retrato hermoso de la abuela cuando era joven, y entendí. El abuelo pintaba retratos de la gente que no iba a volver a ver, para tenerlos siempre presentes. Los colgaba en lugares inesperados, en un pasillo, a la vuelta de una esquina, para encontrarlos de sorpresa y no tenerlos como un adorno en el living. Con el correr de los años me fue contando quién era quién: su tío, su primer cuadro, un señor sonriente con la camisa manchada; su tía, la mujer con la sonrisa más tierna que conocí; su amigo, que se le reía en la cara. "Hace cuarenta años que lo pinté y este nabo se sigue riendo" me decía entre risas, con su típico humor en momentos inesperados. Ya de grande comprendí todo el proceso: el abuelo perdía a alguien, lo despedía, se encerraba en el taller y aparecía con su cuadro unos días después. Pintaba a las personas como las recordaba, o como las quería recordar: la bisabuela siempre tenía cuarenta años, el bisabuelo siempre se reía, su bisabuelo (mi vaya a saber una qué) siempre sonriente, pero con sonrisa de persona de otro siglo.

Yo nunca me incliné por la pintura, lo mío intentaba ser la música. "El arte es una de las formas más sublimes de inmortalidad" dijo el abuelo cuando me regaló mi primera guitarra. "El ruido que hacés vos, en cambio, bien podría considerarse como un atentado a la vida, querida" acotó sonriendo, sabiendo que lo iba a putear y pronto para responder. El amor que me tenía ese hombre no se lo había tenido a nadie. "Tu abuela es la tercera mujer más linda que conocí" me dijo una vez, cuando yo era una niña todavía. Ante mi gesto de extrañeza agregó "pero si le decís que vos sos la primera y tu madre la segunda, me mata" y nos reímos juntos.

Capaz que por eso fuimos tan unidos siempre, y por eso me veía (gratamente) obligada a ayudarlo cuando ya estaba grande para cuidarse solo. Nos turnábamos con mamá para visitarlo todos los días; aunque ya empezaba a olvidarse de las cosas, el abuelo siempre me reconocía. "Menos mal que mi hija tuvo una sola hija" decía, y le sonreían los ojos cansados. Me preguntaba por la facultad, por los novios, por las novias (decía que nunca estaba demás preguntar) y por la guitarra. Yo nunca había compuesto una maldita canción, pero me preguntaba igual. Día por medio. Siempre.

Una tarde de otoño, mamá volvió más temprano de su visita, visiblemente enojada. Dijo que no lo había encontrado, que debía estar encerrado en ese taller sucio, que era como un niño chico y no se qué más. Me pidió que al día siguiente lo llamara antes de ir por las dudas, y eso hice. No me atendió. Llamé otra vez, y me atendió con voz de fastidio; se notaba que no había atendido antes porque no había querido. Le costó entender quién lo llamaba, pero cuando le dije "nieta" entendió enseguida. Me dijo que fuera en unos días que él se arreglaba, que ya estaba grande, y se despidió.

Tres días después me llamó al celular. Dijo que se acordaba de quién era yo, que sabía usar el celular y que estaba en el taller, pero que "no tenía puta idea" de qué había afuera del taller, que estaba desorientado y que lo fuera a buscar. Al parecer, el interior del taller era el único lugar que conocía con detalle, porque cuando llegué lo encontré de lo más cómodo. En el piso había cuadros a medio hacer, como borradores, todos de la misma persona. Al lado del abuelo, un cuadro de un joven, un poco más joven que yo, de pelo negro y sonrisa forzada. "Me dio laburo el infeliz este" me dijo señalando el cuadro, "pero ya lo terminé, ¿qué te parece?". "No tengo idea de quién es, abuelo", le dije, "debe ser un primo de mamá, ¿no?". "¡Un primo de tu madre me decís! Que poco ojo para la pintura, querida. ¿Acaso no se nota lo bien que quedé?" reprochó, mientras me mostraba una foto suya de joven. ¡Eso había estado haciendo este viejo loco! El pintor más grande que he conocido, había demorado cinco días para hacer un autorretrato. Un autorretrato. El abuelo se había pintado.

"No le cuentes a tu madre" me pidió mientras me apretaba un cachete, "pero quiero que lo cuelgues al lado de la puerta del taller, vas a saber cuándo". Me abrazó, me pidió que me quedara un rato y charlamos hasta que me fui a casa, ya entrada la noche. Al otro día mamá lo fue a visitar y me llamó desde allá; ya no tenía que guardar ningún secreto.

No pude colgar el cuadro ese día. Me lo llevé para casa y lo puse en el cuarto; el joven, flaco y lampiño, me miraba mientras yo tocaba la guitarra. Esa noche no salí del cuarto, ni al día siguiente, y compuse mi primera canción, que no tiene nombre pero sí tiene letra. Trata de un viejo loco, que pintaba gente muerta y se reía de su Alzheimer. Un viejo loco, que desde esa tarde de otoño en mi cuarto, se hizo inmortal.

17 comentarios:

  1. Muy bueno Ale, no sé si es creación tuya o de alguien más, pero me conmovió :(

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    1. Creación mía, si publico algo ajeno, aviso ;)

      A mí me conmovió escribirla...

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  2. uno de los mejores textos que he leido ultimamente, ale.
    imagino que debe tener cosas personales, como todo.
    excelente.
    un abrazo
    f

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    1. ¡Muchísimas gracias f! Todo lo que escribo tiene algo de mí, siempre. Es algo que, por más que intento, no puedo evitar (aunque no me quejo).

      Abrazo

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  3. Que lindo Ale, me tocó mucho en lo personal..
    Besotes!

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  4. "El arte es una de las formas más sublimes de inmortalidad"
    el amor también
    y esta historia tiene mucho de las dos cosas
    gracias por compartir
    abrazo

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    1. Esa es la alternativa, dejar huella en los más cercanos y perdurar. En el caso de los cuadros del abuelo, tendría un poco de las dos, no?

      Gracias por leer, abrazo.

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  5. <3x mucho. Sos muy bueno escribiendo, sabelo.
    Me encantó. Las historias con abuelos me vuelven blandita.

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    1. Se entendió bien el "<3" :)
      Y la que escribe bien sos vos! Pero gracias igual jaja

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  7. NOTABLE. Podría poner fundamentos, pero no harían la diferencia, y serían reiterativos con el resto de los comentarios.

    Saludo.

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  8. La verdad que es de lo mejor que has escrito...me emocionó...

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Las otras historias me gustaron, pero esta me erizó la piel. No pude evitar pensar en ese abuelo que conocí solo de niñito pero del que sin embargo tengo tantas anécdotas; en esa abuela que aunque ya soy adulto me sigue viendo como al niño de cuatro años que acompañaba al jardín; o en ese que con sus historias y su forma de ver el mundo despertó en mí el amor por las ciencias. Gracias Ale, por historias como esta, que permiten regresar por un momento a los "hombres grises" de quien te lee, o a esos que aún pueden volver, pero están suficientemente lejos como para extrañarlos.

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    1. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leerlo y por tan buen comentario, creo que resumiste pila de las cosas que sentí cuando lo escribí. Mil puntos extra por relacionarlo al hombre gris también, nadie lo había hecho hasta ahora (que me haya avisado al menos).

      ¡Abrazo!

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