sábado, 21 de junio de 2014

Azar

El lugar de encuentro fue un viejo bar, con las paredes manchadas de humedad y la vereda con baldosas flojas. Todo aquel que pasaba se preocupaba más por esquivar los charcos escondidos que por la fachada gris de aquel lugar, empapada de fría llovizna de otoño. Todos, salvo aquellos dos hombres que decidieron encontrarse allí, en una esquina cualquiera.

Por dentro, el lugar era más acogedor, si bien el olor a humedad recordaba a sus huéspedes que los últimos años habían sido tan duros para el barrio como para el resto de la ciudad. La que antes era sede ineludible de charlas interminables y discusiones encendidas, hoy albergaba caras largas y voluntades cansadas. Eran, efectivamente, tiempos difíciles.

Los hombres pidieron el único trago que servía la casa, afectada por la escasez de víveres a nivel regional, producto a su vez de la crisis mundial. El mozo dejó sobre la mesa los vasos grasientos con el espeso licor y se retiró, adivinando en el gesto de sus clientes la necesidad de privacidad. No en vano habían elegido el rincón más gris de aquel remoto planeta; no debían levantar sospechas.

-¿Brindamos? –preguntó el primer hombre, levantando el vaso. Daba la impresión de que alguna vez había sido una persona admirable, aunque ahora tenía el rostro marcado por arrugas y la ropa gris y gastada, como si los años hubieran pasado sin que él los notara.

-No me parece el mejor momento –contestó el segundo, con la vista perdida. Llevaba cada detalle de su vestimenta –del blanco más impoluto- cuidadosamente arreglado, como si se hubiera tomado toda la eternidad para preparar su imagen. A pesar de ello, no inspiraba mayor respeto que su compañero de mesa; ambos dejaban en el aire la misma impresión solemne en cada uno de sus movimientos.

-Es una pena que siempre nos veamos en estas circunstancias, ¿no? –preguntó el hombre de gris, mientras el licor le provocaba una mueca de asco.

-No encuentro otro motivo por el que debamos vernos, usted sabe bien qué nos trajo acá.

-Sí, es que… ¿ha pensado cuántas veces hemos hecho esto? Y sin excepción, siempre, nos volvemos a citar en algún rincón oscuro y sucio, para lo que usted ya conoce. Es una lástima.

-Permítame discrepar, pero no siempre han sido tan oscuros. Este, sin ir más lejos, parece tolerable.

-Esto no da para más, y usted lo sabe. ¡No es que quiera criticar su obra, por supuesto! –se apresuró a acotar el hombre gris, al ver el gesto de su colega-. Pero esto ya no se revierte.

-Tiene razón, no se hable más –dijo el hombre blanco, mientras metía la mano en el bolsillo del saco.

-Espere, ¿qué lo apura? Ya sabe que todo termina igual, tarde o temprano. El tiempo es tirano, pero no para usted. Tómese el trago y disfrute la charla, que para algo siempre hay calma antes de la tormenta, ¿no?

-En este mundo, sí.

-Bueno, conversemos entonces. ¿Recuerda aquella vez que nos tuvimos que encontrar? Se perfilaba bien aquel mundo, fue una lástima aquella guerra...

-¿A cuál de todas se refiere?

-A todas, siempre aparece alguna. Uno no puede esperar a encontrar el universo perfecto, que ya se están matando.

-Alguno va a aparecer.

-Sí, ¿pero mientras qué? ¿Cuántos vamos ya?

-He perdido la cuenta, sabrá entender.

-¿Usted pretende que yo crea que el Señor del Orden no tiene un registro de todos y cada uno de los universos que ha creado y han perecido en manos del Señor del Caos? Por favor, saque la lista.

El hombre de blanco se sorprendió al escuchar su nombre, pero entendió que ya no tenía sentido ocultarlo. Además, nadie en el bar parecía tener interés en aquella charla. Buscó dentro de su saco y sacó una lista interminable en la que, con letra clara, se detallaba cada intento de universo perfecto y las causas de su debacle. Visiblemente molesto, entregó el papel al otro hombre, que esbozó una triste sonrisa.

-Veo que lo enorgullece su obra.

-Para nada, es sólo trabajo. A fin de cuentas, alguien debe hacerlo. ¿Los tiene todos registrados?

-Así es. ¿Se los enumero uno por uno?

-No es necesario, yo también llevo la cuenta. Ahora, me había olvidado de éste –dijo el Señor del Caos, señalando una de las anotaciones.

-Intento no recordarlo.

-Lo bien que hace, estimado.

-Lo noto alegre.

-Sabe que no, ya quisiera dejarlo en paz. Mientras, sólo cumplo mi función. ¿Quiere proceder?

-Pensé que no lo iba a pedir nunca.

El Señor del Orden sacó de su bolsillo un par de dados, los únicos elementos que evidenciaban el paso del tiempo entre sus pertenencias. Habían sido blancos alguna vez, pero el uso los había oscurecido.

-Parece que fuera ayer la última vez que hicimos esto –comentó al pasar el Señor del Caos.

-Sabe bien que, para nosotros, siempre parece ayer. A fin de cuentas, ¿qué son unos cuantos millones de años en la eternidad?

-Escúchese, parece que hasta le gustara conversar.

El Señor del Orden sonrió.

-¿Vio? Es más, lo veo confiado. Quizá, después de todo, la suerte exista y hoy sea su día.

-Quizás –respondió el hombre de blanco, soltando los dados sobre la mesa. Sabía que tal suerte no existía, pero nuevamente se sentía esperanzado.

Doble seis. En el principio todo fue oscuridad. Luego, hubo luz.

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