Un hombre de traje, con la camisa
desabrochada y el cuello manchado por el sudor, se sentó frente a una vieja
computadora. Movió el mouse que alguna vez había sido blanco para quitar de la
pantalla el protector con la letra T negra y celeste y dejó perder su mirada en
el monitor de rayos catódicos. Sintió sus ojos secos y los presionó con los
dedos, masajeándose los párpados en círculos concéntricos hasta llegar a unas
ojeras que denotaban varias noches sin dormir. El interventor abrió una versión
pirata de Microsoft Word 98 y se dispuso a escribir el informe semanal.
“Lunes 13 de noviembre de 2018.
Montevideo, Uruguay.”
El cursor parpadeaba en la
pantalla mientras el hombre elegía sus palabras. Dio un sorbo a un café
hirviente y se quemó la lengua; era la única manera de soportar el sabor
corrosivo. El olor a café y a sudor propio aclaró su mente.
“Lunes 13 de noviembre de 2018.
Montevideo, Uruguay.
Hoy perdimos a dos de los
nuestros, dos de los mejores. Fueron enviados a cubrir un partido local entre
equipos de un mismo barrio, engañados bajo la promesa de un duelo con historia.
El nombre del estadio así lo auguraba: Parque Maracaná. No llegaron al segundo
tiempo; se arrancaron los ojos uno al otro. Nadie en las tribunas los asistió,
de hecho, no había nadie más en las tribunas.
En estos momentos soy el único en
esta sede. Pido refuerzos para poder culminar la operación. No creo poder soportar
mucho más.”.
Terminó su café y se dispuso a
enviar el correo. La conexión intermitente no permitía una comunicación más
fluida, por lo que el hombre buscó algo que lo distrajera mientras se enviaba
el informe. Sobre el escritorio encontró un CD rotulado como “Mejores momentos
del fútbol uruguayo” y lo introdujo en la lectora, esperando rememorar las
grandes gestas de equipos uruguayos campeones de América y el mundo. En la
primera secuencia, un director técnico explicaba que la pelota estaba hecha de
cuero, que el cuero salía de la vaca y que por lo tanto había que darle pasto. El
funcionario de la FIFA esbozó una sonrisa y pensó que aquella era una
introducción muy peculiar, pero antes de que pudiera continuar su pensamiento,
la escena cambió. En el nuevo escenario, un defensa del histórico Club Nacional
de Football despejaba violentamente una pelota que se perdía en la bahía del
Río de la Plata junto a otros dos balones. Un jugador del equipo contrario
increpaba al tricolor, que abría los brazos y gesticulaba. El hombre de traje
se rió, supuso que aquella era una broma del editor del video que pretendía
agarrar desprevenidos a los espectadores. En la siguiente escena, un grupo de
personas saltaba sobre colchones en un terreno de juego anegado mientras el
relator se cuestionaba si el partido se jugaría o no. La risa se hizo carcajada
mientras las lágrimas brotaban de los ojos del interventor. Cuarta escena, le
entregaban la copa de campeón a un equipo, que comenzaba la tradicional vuelta
olímpica. A mitad de camino, un hombre introducía una vaca en el festejo y esta
desfilaba detrás de la copa. El funcionario de la FIFA se echó a reír con la
cabeza hacia atrás y los ojos en blanco. La risa, cada vez más grotesca, se
transformó rápidamente en una mueca de dolor y el hombre cayó al suelo con un
estrépito que nadie escuchó.
Mientras tanto en la pantalla, un
dinosaurio negro chocaba contra un cactus pixelado.