sábado, 4 de abril de 2009

Ensayo sobre cómo descubrir la terrible verdad y seguir vivo.

Puf, hace como una semana que no escribía, pero no sé si se enteraron o no, porque al parecer nadie dejó comentarios... Quiero creer que es algún problema de Blogger, el tipo de problemas que no me deja entrar a la última entrada de "Blue Shift". De no ser así, mal ustedes...

Estaba con ganas de escribir hace días, pero estaba esperando tener al menos 1 comentario, para saber que alguien había leído la columna anterior. Y además de eso, estaba intentando asimilar cierta información que llegó a mi... de mi mismo.
O sea, yo me di cuenta de un dato sobre mi que hasta hace unos días sospechaba, pero no quería aceptar.

Resulta que la semana pasada y principalmente la anterior fueron semanas un tanto densas. Complicadas, se podría decir. Cansadoras. Agotadoras. Largas. Y por si eso fuera poco, la semana pasada (no la que terminó hoy, la anterior) estuvo plagada de mi mayor némesis, la inevitable maldición a la que estoy condenado, por más que quiera evitarlo: me equivoqué mucho. En varias cosas. Y odio equivocarme.

No soporto sentarme a pensar y no saber qué hacer. Odio saber qué hacer, pero recordarlo demasiado tarde como para aplicarlo. Y definitivamente me revienta saber qué hacer, recordarlo y equivocarme por idiota. Y eso es lo que más me molesta: quedar como un idiota.

Si me equivoco con unas x y unos números, bien, pero me molesta quedar como un idiota. Tengo una teoría que dice algo como "cada intento de superar mi falta de confianza desemboca en errores que sólo empeoran mi falta de confianza. Ya lo dice Darwin Desbocatti.
Cada vez que intento superar mis limitaciones, las empeoro. Entonces no hago nada y empeoro porque no intento nada. Ninguna de las dos me sirve...

Mierda. No sé qué hacer. Otra vez. Miro para atrás y veo en qué me equivoqué. No puedo haberme equivocado en semejante idiotez, si hubiera estado despierto. Si fuera al liceo de tarde. Si no fuera...

Mierda otra vez. Una revelación. Me doy de frente contra la dura realidad, ineludible, inapelable, inevitable: soy un ser humano. Carne, huesos y fluidos. Nada más. Nada especial que me eleve por encima de nadie. Un cúmulo de errores humanos. Un apelotonamiento de células imperfectas, de concentraciones inexactas de vaya uno a saber qué cosas.

La realidad me golpea en la cara como si me hubiera estado gritando hace tiempo y yo no le hubiera prestado atención. Tenía la leve sospecha de que no era más que un simple hombre joven, mas no quería creerlo. Soy imperfectamente humano. Mediocremente humano. Estúpidamente humano. Y puedo equivocarme. Debo equivocarme, es inherente a la especie.

Especie de mierda.

No quiero equivocarme. Busco ser perfectible*. Estúpido humano, que se equivoca. Si no fuera por la pelotudez de Adán y Eva... ejem, perdón, estaba repasando "Ética y Pensamiento Cristiano", nueva materia curricular. Decía que no me gusta equivocarme, por más que deba hacerlo. Es una gran desventaja del ser humano. Desde hace un tiempo albergaba la secreta esperanza de ser una especie de ser mitológico camuflado en una apariencia mortal. Ya veo que no.
Soy un nabo. Lisa y llanamente. Me equivoco, me olvido de las cosas, no las razono, las razono demasiado. Cero equlibrio (jaja, soy un desequilibrado).

Malditos dedos, no coordinan con mis ideas y teclean cualquier cosa, odio borrar y escribir de nuevo.

Che, si estas esperando el giro trascendental de esta columna, te aviso que no lo hay. Esoty enojado conmigo, frustrado, tanto que tuve que esperar varios días para redactar esta columna. No hubiera podido escribir nada la semana anterior. Seguramente, me hubiera equivocado.


Bien, aca termina. Así nomás. Ahora tendré que aprender a vivir como una persona que sabe que es una persona, nada más. Listo.
Escribir desestresa. Ya casi no me molesta ser imperfecto.




*Algo es perfectible cuando es capaz de perfeccionarse o de ser perfeccionado.

2 comentarios:

Pase y diga lo que se le ocurra. Gracias.